lunes, 6 de junio de 2016

storm



Creo que estoy empezando a darme cuenta de que las personas somos como las tormentas.
Y al igual que las personas, hay distintos tipos de tormentas.

Están las tormentas de verano; esas que llegan sin avisar, que aparecen de la nada cuando todo está en calma, templado, y arrasan a su paso. Dejan todo patas arriba y no se preocupan en colocar el desastre después. Aunque al final siempre sale el arcoíris.
  (algo bueno tenían que tener)

También están las típicas tormentas de nubes negras y truenos anunciados. Sabes que van a llegar, las ves venir, y te inunda el miedo; pero las aceptas. Aceptas su descarga con todas las consecuencias, aceptas su rabia con miedo a las circunstancias. Y hay relámpagos, y hay truenos; y hay gritos, y hay infiernos. Cae la lluvia en las tormentas, caen las lágrimas tras estas. 

Las personas somos así porque sólo con las tormentas nos limpiamos, sólo con ellas aprendemos, sólo tras ellas nos calmamos. 

(sólo con ellas nos arreglamos tras rompernos, sólo con ellas nos equivocamos, sólo con ellas nos engañamos)

Porque dicen que tras la tormenta llega la calma, y calma son personas también. 
Tormenta son personas que duelen, las nubes negras.
Calma son personas que curan, el arcoíris tras la tormenta. 

Es difícil ver quién es cada una, es difícil comprender (es difícil querer ponerse a pensarlo). Pero a veces no es necesario pararse a esperar el resultado. A veces estás en mitad de una tormenta, sin paraguas, la lluvia (lágrimas) calándote la ropa (los huesos) y de repente llega (aparece) la calma. Y dejas de tener miedo. Dejas de echar de menos un paraguas porque el dolor ya no te golpea tan fuerte, y la lluvia para, y las lágrimas se detienen, la tierra se seca, las cicatrices se cierran. 

Pero hay otras veces en las que no. En las que estás en mitad de una tormenta, sin paraguas, tratando de guiarte a tientas, y la calma no llega; no hay tregua, el dolor no cesa. Y tienes que aprender a traerte la calma, a ser tu propio guardaespaldas, a aminorar la marcha.

Lo peor es que hay veces en las que te gusta la tormenta. Te gusta el miedo. Te gusta la adrenalina. Te gusta la lluvia y te gusta el viento. Te gusta el dolor y te gusta el silencio. Y todo por las tormentas que llegan sin avisar, que lo dejan todo roto y después se van (que lo dejas todo roto y después las echas), que duelen sin querer, que se van sin vencer.

Y entonces ya no sabes si tú eres una tormenta o si simplemente estás en medio de ella. 




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