domingo, 13 de mayo de 2012

Aunque no me hagas mucho caso.

Quizá me agobia la necesidad de sentir que tengo que ser útil. Voy a escribir un millón de sin-sentidos, pero no importa, porque así es como soy. Así es como coño soy. Así es como nadie me entiende. Me levanto por la mañana, me visto, me miro al espejo, me inundan las ganas de llorar, retiro la vista, me peino, me lavo la cara, hago lo posible para desayunar, cojo la mochila y me voy. Salgo de casa y me pongo la máscara. Paso las posiblemente peores seis horas del día. Vuelvo a casa. Me quito la máscara. Hago lo posible por comer. Y tardes enteras sin hacer nada, o haciendo de todo. Y así para siempre. Así hasta que algún día nos parta un rayo. Así hasta que algún día el cielo se venga abajo, el sol se apague, y las estrellas se estrellen contra la tierra. Así hasta que algún día nos olvidemos de respirar, de vivir, de soñar.. ¡Ah! ¡Espera! Eso ya es ahora. Se nos olvida respirar, se nos olvida parar de vivir deprisa y mirar. Mirar la puta suerte que tenemos. Se nos olvida darnos cuenta de lo jodidamente grande que es el puto universo. Y de la suerte que tenemos de estar vivos. Se nos olvida la suerte que tenemos de poder levantarnos por la mañana -para algunos vivir, para otros morir, eso ya es relativo- y poder respirar, poder darnos cuenta de que el cielo sigue azul, de que el Sol sigue ahí, y que las estrellas por muy jodido que tú estés, van a seguir brillando. Se nos olvida darnos cuenta de lo bonita que es la vida. Se nos olvida vivir. Y sólo nos acordamos de vivir muriendo.

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